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SOCIÉTÉ

 


24/02/2005

Carlos Reyes

2005

CARTES

Brasilinhas 1
Chuvas e trovoadas

!Qué difícil expresar las numerosas y encontradas sensaciones que he experimentado en poco más de 24 horas de viaje! Regina, explicándome una vez los fundamentos de la PNL, me había dicho: "Carlos, el mapa no es el territorio". Por supuesto que no le entendí, pero ahora, veinte años después entiendo claramente lo que me quiso decir.
Desde la comodidad de mi escritorio yo había buscado afanosamente información en Internet; había impreso un cuaderno de mapas, recorridos y distancias entre ciudades; me había engolosinado con los nombres de los pueblitos que bordean el Amazonas: Ytacotaria, Parintius, Juruti, Óbidos, Prainha, Almeriu, que me sonaban como nombres de frutos perfumados y jugosos de lugares exóticos; había calculado precios, escrito cartas a las compañías navieras, llamado por teléfono a la embajada de Brasil y por último, antes de cerrar el bolso, de dar una última mirada a mi departamento y salir con mi corazón de viaje palpitante de aventuras, creí ingenuamente que tenía el control de la situación. Nada. Pico. Mentira. Todo lo cambió las chuvas e las trovoadas. Cuando el avión aterrizó a medianoche en Guarulhos, en el borde mismo de la selva de cemento de Sao Paulo y subí como único passageiro de la van climatizada que me llevaría hasta el Marriott me di cuenta que algunas piezas del mecanismo se habían salido de lugar. Porque una cosa es ver el mapa satelital del weatherchannel en donde las nubecitas teñidas de fucsia se desplazan sobre un territorio de juguete y otra cosa es sentir la lluvia que cae como caldo espeso haciendo que el aire se transforme en una sustancia gelatinosa, en una membrana de humedad que te envuelve con sus babas. Claro, pero el Marriott era una especie de oasis en medio del diluvio, una especie de urna de cristal con maderas nobles en las paredes y una alfombra mullida en donde me encantó hundir los pies hasta los tobillos.
Hasta mi cuarto, que disponía de living, escritorio de caoba y cubierta de cristal, TV por cable, música ambiental, jacuzzi, toalla para las manos, toalla para los pies, toallita para las uñas, teléfono al lado del guáter y un aire climatizado, cargado de vitaminas que emanaba de los ductos invisibles, hasta allí no llegaba esa marea de agua vertical que ya había dejado más de 100 muertos en distintos estados, especialmente en el nordeste. Las chuvas y las trovoadas. Cuando en mi cuarto intenté abrir el ventanal del balcón para sentir más de cerca esa masa de agua gelatinosa vi que un cartelito pegado al vidrio marcaba el límite de la civilización: "Para seu conforto e bem estar, solicitamos que a janela (ventana) seija mantida fechada (cerrada), evitando-se a entrada de mosquitos e pernilongos".


Manaus

Hoy ha sido un día negro aquí en Manaus. Apenas he podido salir un par de veces desde hotel de mala muerte que huele a azumagado, porque me quedé empapado hasta los calzoncilllos. Me cambié tres veces de ropa, pero todo fue inútil, así es que me quedé con las ganas de conocer el Teatro Amazonas, El Mercado, la Feria de Artesanía. Apenas pude visitar a los saltos de charco el puerto y hacer una pocas averiguaciones ya que los días sábado todo está cerrado. Ahora estoy escribiendo en mi cuarto, en donde el silencio de la noche a las seis de la tarde es apenas interrumpido por el ronronear del equipo de aire acondicionado que sólo mete boche. La humedad me corre por el cuello, me empapa la polera y me ensopa los pantalones. Afuera la ciudad está muerta.
Pero no todo ha sido chuvas e trovoadas, porque durante el viaje Santiago-Asunción-Sao Paulo gocé de la compañía de María Medeiros. Sus ojillos color cielo orlados de un tono rojizo-que me hacían recordar los ojos de los conejos-se achicaban de alegría cuando me contaba en detalle su viaje por el sudeste asiático, cuando me hablaba de las almohadas de oxígeno que había en los cuartos del hotel en el Tibet o cuando me relataba que después del partido Brasil-Paraguay por los preolímpicos se había tomado una garrafa de vino (para pasar la pena por la derrota de su equipo) con los parroquianos de un bar en Valparaíso y, sobre todo, cuando me contaba que cada dos días llamaba a su casa en Natal para preguntarle a la empleada como estaban sus plantas. "Carlos, a las plantas hay que conversarles", me decía y yo le contaba cómo mi amigo Pingo todas las noches salía al jardín de su casa a interpretarles un concierto de Vivaldi para flauta traversa a sus plantitas. Nos despedimos con un fuerte abrazo-luego de saltar las valllas divisoria que separaban las filas de extrageiros de brasileiros. Ella seguía viaje a México, Guatemala y Cuba. La perdí de vista entre el gentío, saltando como una niña juguetona, sonriendo con sus ojillos de conejo y saboreando el gusto de la vida a sus 70 años.
Pero la experiencia más fascinante la viví hace pocas horas. El avión recargaba combustible en el aeropuerto Juselino Kubicheck de Brasilia, mientras a través de la pequeña ventanilla yo miraba las chuvas e trovoadas. En eso veo que el comandante de la nave viene por el pasillo. Se me enciende la lámpara y me atreví a pedirle autorización para tomar fotos del Amazonas desde la cabina. Sí, quería ver esa masa de esperma verde de la que hablaba Neruda. "Voce vai tirar umas fotos cuando descendamos a Manaus, porque hay muita nubosidade y..." Claro, las chuvas. Veinte minutos antes de aterrizar y cuando en los oídos comenzaba a sentir el malestar provocado por el cambio de presión debido al descenso, me vino a buscar una azafata. Fuimos hasta la cabina. Saludé al capitán y al copiloto mientras la azafata desplegaba para mí un tercer asiento. En realidad la cabina parecía un arbolito de Pascua: el panel estaba adornado de miles de luciérnagas que parecían botones y teclas de todos colores, lucecitas que latían con vida propia, relojes, palancas e interruptores que anda a saber tú para qué chuchas servían. En fin, lo más sorprendente fue que ni el capitán ni el copiloto tenían ante sí un manubrio o volante para dirigir la nave. Bueno, el cuento es que mientras el avión iba incrustándose en picada contra las nubes, Valeno Alencar me contaba orgulloso que tenía "Cinco netos", que hacía 41 años que llevaba volando, que era manoesense y que su tatarabuelo había sido guardia personal de Napoleón Bonaparte y que luego se había venido a América en donde se había casado con una india. A mí, el corazón se me salía por las orejas mientras veía que allá abajo se abría el territorio de ese inmenso brazo de río-mar. Valeno me dijo entonces que me soltara el cinturón de seguridad que me había puesto prolijamente la azafata y que más parecía el arnés de un paracaídas, para que fuera tomando fotos desde todos los ángulos. De pronto el capitán oprimió una pequeña tecla y el avión dio un giró suave que lo puso justo enfrente de una pista de aterrizaje que pareció surgir de la nada. Una voz en inglés emergió entonces desde el panel y se inició una cuenta regresiva. Varias lucecitas dejaron de parpadear cuando las ruedas tocaron la losa...El aterrizaje había sido perfecto. Salí de la cabina cuando el capitán afinaba el empalme con la manga de salida. Una fila de passageiros asombrados me vieron como salía desde la cabina con mi vieja Canon en la mano con la sonrisa pintada en el rostro.
En fin, era verdad: "El mapa no es el territorio", y como dice Rubén Blades:
" La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida"

Beijinhos para todos
Carlos, o garoto velho do Amazonía


 



Màj : 3/10/07 14:43
 
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